Yo soy ese beso que no has dado, esa caricia que aún no cometes y ese adiós que nunca dirás.

lunes, 21 de febrero de 2011

#2


















Subió al autobús y se sentó por la mitad, en el lado izquierdo y pegada a la ventana.

Cuando arrancó y dejó atrás la estación, echó un vistazo por la ventanilla y pudo ver una ambulancia que pasaba con las luces encendidas y corriendo.

Suspiró.
Entonces centró su atención en las demás personas que la acompañaban en el trayecto.

Los que primero estaban sentados eran una pareja de ancianos.
Reparó en las bolsas que llevaban. Una de ellas era de un hospital y de ella asomaba uno de esos sobres grandes y marrones que suelen contener resultados de análisis, radiografías y normalmente noticias malas.
Las demás eran de tiendas de ropa.

La mujer agachó la cabeza y rebuscó en su bolso. Mientras tanto el marido la miraba con los ojos de quien está enamorado por primera vez, con alegría y esperanza.
Ella reparó en esa mirada y se la devolvió. Él le susurró algo y se besaron. Luego se quedaron un largo rato mirándose y pensando en cosas banales, y no en esa enfermedad que la estaba consumiendo poco a poco y que muy pronto se la iba a llevar.

Los siguientes eran una mujer y sus dos hijos. El mayor tendría unos siete años y el pequeño no llegaría a los tres meses.
La mujer, que rondaba los treinta y pocos, iba cargada con la mochila del mayor, la bolsa con los pañales y las cosas del pequeño, y con el propio bebé.

Dejó a su niño pasar primero y elegir asiento. Se sentó justo delante de ella, y cada dos por tres se asomaba por el hueco de los dos asientos y le sonreía, mientras su madre le decía que no molestara.
La mujer se sentó al lado de su pequeño y dejó las bolsas en el asiento de la derecha.
El pequeño estaba dormido, y no se despertó en todo lo que duró el viaje.

El siguiente era un hombre de entre unos cuarenta y cincuenta años, trajeado y con un maletín negro.
Nada más entrar en el autobús se dejó caer en el asiento, cerró los ojos y sin abrirlos se desajustó la corbata.
Hasta que el autobús no hubo recorrido un buen trozo no los abrió.
Entonces sacó un portátil de su maletín y lo encendió.

Desde donde estaba sentada, podía ver lo que había en la pantalla.
Y lo que vio fue la foto de una mujer guapísima, morena, que sonreía abrazando a una niña de unos tres años, la cual también sonreía y estiraba el brazito, como si quisiera tocar a quien estaba fuera de la pantalla.
Una sonrisa se dibujó en la cara del hombre, y estuvo otro tanto tiempo mirando la fotografía antes de acceder a una carpeta y ponerse a trabajar.

Las siguientes en llamar su atención fueron un grupo de cuatro chicas que se habían sentado al final del autobús.
Llevaban una escandalosa conversación sobre el "macizorro" del vecino de una de ellas, y sobre como lo había visto en pantalones cortos y sin camiseta en la terraza con una "tia un poco guarra".
No les prestó más atención y se fijó en el último pasajero. Justo el que estaba sentado a su lado.

Era un chico joven, de unos veinte años, que suspiró y chistó un par de veces cuando las cuatro niñas tontas elevaron el tono más de la cuenta.

Era castaño, y llevaba el pelo despeinado.
Se pasó todo el rato mirando por la ventana, con los auriculares puestos.
De repente, y como si él supiera que ella lo observaba, se dio la vuelta y la miró fijamente, sosteniéndole la mirada.
Sus ojos verdes parecían fríos.

Otra sirena pasó.
Entonces contó todos los coches de policía, bomberos y ambulancia que había visto ese día.
En total fueron cinco coches policía, un camión de bomberos y dos ambulancias (sin contar la sirena que acababa de pasar, ya que no supo distinguir de quien se trataba).

"Eso es un mal augurio". ¿Pero que tonterías estaba pensando? Ella nunca había creído en nada de eso. Era... demasiado escéptica.

De repente, se oyó un fuerte chirrido de frenos y el autobús giró bruscamente.

El pánico surgió.

Los ancianos se abrazaron.
El niño se agarró con fuerza a su madre, que luchaba por sujetar a sus dos criaturas.
El hombre de negocios levantó la vista del ordenador y cerró el programa (dejando la foto de su mujer y su niña).
Las cuatro amigas chillaban aún más (cosa que no ayuda a tranquilizarse).
El chico joven se incorporó en el asiento.

El autobús se salió de su carril y chocó contra varios coches que estaban parados en el andén, antes de caer a una rambla. Dio varias vueltas de campana.
Se hizo la oscuridad.
Ella no podía ver nada; sin embargo escuchaba gritos de auxilio y de pánico que sonaban distantes.

No podía hablar. Poco a poco el sonido fue desapareciendo.

Esa noche se informó en las noticias de que trece personas habían fallecido en un accidente de tráfico: dos niños, cuatro adolescentes y siete adultos (incluido el conductor de autobús)

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